El chaval tenía angustia por su obesidad
y arrastraba una losa invisible.
¿Acaso no sabes lo terrible
que es el acoso en la escolaridad?
y arrastraba una losa invisible.
¿Acaso no sabes lo terrible
que es el acoso en la escolaridad?
e instigó a los demás con su risa palpitante
a propinarle un merecido correctivo.
Los monstruos gritaban: ¡gordo! ¡gordo!
Y lanzaron un remolino de golpes jadeantes
y el chico tuvo un espasmo conclusivo.
Apenas se escuchó ese grito sordo,
como si fuera el de un león agonizante
entrando en un abismo opresivo.
El aula pasó de los vítores a un nerviosismo mudo,
desespero en retaguardia y quietud en el frente.
Esos monstruos tienen en el odio su nutriente,
es lo que moldea su espada y su escudo.
Una perla salada descendió por mi mejilla.
Aún guardo esa lágrima en una vitrina
para hacer vudú sobre muñecos de arcilla;
ojo por ojo, inquina por inquina.