Entrelazados

Concluyendo preliminares
en el lecho donde me fundo,
tu entrepierna es el submundo 
que anhelan mis soñares.

El jardín de los manjares
del monte que está oculto
en el valle más profundo,
dónde pecan mis andares.

Vigor de despertares
del artillero vagabundo,
revoluciones por segundo
guarecido por capilares.

Contracción en los altares,
éxtasis de un dios fecundo,
festejo del placer rotundo
entre espasmos musculares.

Un día cualquiera

Lanzo una moneda al aire
y el azar crea su jugada,
salga cruz o salga cara
los eventos son millares.

Hay retraso en la estación,
se persigue la cola un perro,
se toma un respiro el pajero
entre misión y misión.

Alguien riega unas flores,
en las tiendas forman filas,
se dilatan las pupilas 
en un club de fumadores.

Una máquina se detiene,
la fábrica entra en confusión,
un alumno llora en un rincón
por una depresión perenne.

Sube dos grados la temperatura,
algunas fotos de recuerdo,
los amantes en el puerto
se dan un beso con ternura.

El tiempo pasa más lento
cuando la doncella se ducha 
y un comensal embucha
hasta su próximo aliento.

Un golpe de botavara,
el camino hacia mí mismo,
hurgar en el escepticismo
que el destino me depara.

Mentalidad de tiburón

No te quiero molestar, lector,
con la historia de mis trabajos,
mas considéralo un atajo
a la cima del triunfador.

Mi bautismo como bandido 
lo inicié con deseo e ilusión,
el éxito de un buen ladrón
es pasar desapercibido.

Obtuve alguna ganancia
y más aún alguna brega,
no me mereció la entrega 
pues mi salud era algo rancia.

También fui dandi de medio pelo
con camisa de filigrana,
pero follaba con desgana
y cada polvo era un flagelo.

Básicamente fue un desastre
y lo dejé en brevedad.
Mi bolsillo era todo oquedad,
la pesadilla del pillastre.

Pedí prestado algo de dinero
y lo invertí en criptomoneda,
todo quedó en humareda
como el honor del reguetonero.

Con la deuda no se juega,
me partieron varios dedos,
pero es que amo los enredos
y en política tenía un colega.

Me metió en Urbanismo,
todo quisqui estaba untado.
Ya no me sentí desamparado,
fue mi nuevo fetichismo.

Ahora soy un tiburón,
soy un hombre metódico,
mi apetito es categórico
por la santa especulación.

El artista revolucionario

Desde su pueril talento
y aún a medias dormido,
ya se había erigido
como un artista sediento
y de trazo conmovido.

El arte insurrecto
se erguía soberano,
y una vez implantado
se enlazaba al intelecto
que lo había elevado.

Ya se había dispuesto
el camino a la desgracia,
enfrentado a la aristocracia
le pusieron bajo arresto,
sabotaje a la pertinacia.

Artista revolucionario
y de pincel de bisturí,
sofocado brillo de rubí 
con tañidos de campanario
y oraciones a ralentí.

Silenciada la agitación
ofrecieron Funeral de Estado
y su símbolo fue lavado,
el mártir de la rebelión 
ahora es icono del mercado.

William Wilson

Aparece William Wilson cuando me ausento
y muestra orgulloso su incipiente grandeza.
Es un delirio vertiginoso en aumento,
una explosión de inmensa impureza.

Purgar la corrosión de esta herrumbre
que atenaza el ser que no me pertenece.
Que mi espíritu no se derrumbe
acorralando ambos yos en un mismo despiece.

Que el miedo de allende no me tumbe
y encare una violencia incierta,
o que la muerte me encumbre
en solitaria y taciturna reyerta.

Hormiguero hostigador

El chaval tenía angustia por su obesidad
y arrastraba una losa invisible.
¿Acaso no sabes lo terrible
que es el acoso en la escolaridad?

A un chulito le parecía un estorbo,
e instigó a los demás con su risa palpitante
a propinarle un merecido correctivo.

Los monstruos gritaban: ¡gordo! ¡gordo!
Y lanzaron un remolino de golpes jadeantes
y el chico tuvo un espasmo conclusivo.

Apenas se escuchó ese grito sordo,
como si fuera el de un león agonizante
entrando en un abismo opresivo.

El aula pasó de los vítores a un nerviosismo mudo,
desespero en retaguardia y quietud en el frente.
Esos monstruos tienen en el odio su nutriente,
es lo que moldea su espada y su escudo.

Una perla salada descendió por mi mejilla.
Aún guardo esa lágrima en una vitrina
para hacer vudú sobre muñecos de arcilla;
ojo por ojo, inquina por inquina.

Antes del fin

Encendí la tele mientras desayunaba,
las noticias de las siete eran devastadoras,
los rótulos de la pantalla titilaban,
se acabaría el mundo en 72 horas.

Querría regalar el honor de una infame raza,
querría pagar un sueldo con estupor,
querría una cantinela que me abrumara,
querría masticar riqueza con fruición.

Querría ataviarme de tendencias anticuadas,
querría alimentarme del ajeno temor,
querría comprarme un alma ilusionada,
querría jugar a ser presa de un cazador.

Antes de que el mundo llegara a su fin
haría una poda extenuante del espíritu crítico.
Antes de que el mundo llegara a su fin
pasaría por la guillotina a todo político.

El remanso de Gaia

Un día, un vial contaminado extinguió a los humanos. De éso hace 4 siglos, y la naturaleza se ha propagado. 

Las paredes del Coliseo intentan pasar página de un episodio duro. Ni los vetustos combates nacidos de la sangre y la angustia, ni la inmunda colmena humana que propagó la Gran Contaminación del siglo XXII, ni la posterior Insurrección contra las Máquinas, habían generado un impacto tan brutal en su esqueleto.

Un lento desmoronamiento ha apilado escombros y el silencio se ha consagrado de tal modo que, incluso las Pirámides se amilanan ante tal soledad, y parecen buscar, ansiosamente, el calor de las indolentes estrellas.

Las Esfinges escrutan la lejanía, tratando de obviar el aire polvoriento que abraza su melancolía, y que se arremolina tumultuoso junto a ellas.

La Estatua de la Libertad no es más que los vestigios de una estructura de metal, alambres desnudos luchando en vano contra el óxido, deseando que su reputación inmemorial quede irremisiblemente sepultada. 

Sin personas ni robots, Gaia por fin descansa. 

La verdad de un loco

Cuando alguien aprecia algo
y al morir lo atesoras tú,
estarás otorgando valor 
al testimonio de su vida.

Quejarse de los propios actos
o esconderse como avestruz,
la cobardía es un escozor
de vergonzante salida.

Poner en duda la verdad de un loco, 
ya sea precisa o muy distorsionada,
es como dilatar un sofoco
al tener una espina clavada
por añorar el chalado siroco
de una persona ausentada.

Hurgar en la negligencia

Juntos vagamos por la prisión de la soledad,
éramos una brocha que tiñe lo que lamenta,
cuando el frío se comió las flores del alféizar,
el aura dramática formó parte de tu genética
y el almuédano blasfemó desde el alminar.

Evaluando una situación estresante
percibiste los estímulos como amenazas,
fuiste una nulidad de lo concordante
y sujetaste las endorfinas con tenazas,
consecuencia de una alteración aberrante.

A veces pagan justos por pecadores, 
y al querer dejar una imprenta contextual
luchamos en nuestros diálogos interiores
y sentimos insatisfacción existencial,
renegando de las futuras generaciones.

Salir de una pesadilla

La oscuridad es sofocante en una jaula de desesperación
pero incluso un eclipse desprende algo de luminosidad,
rayos que se cuelan por los resquicios de la exasperación
y que sofocan el vértigo de la percepción de profundidad.

Y en el borroso límite de la desalentadora aprehensión
romper el caparazón de la mazmorra de la taciturnidad,
y recibir una ráfaga endiablada de besos llenos de pasión
que atiborren tu autoestima de una celestial luminosidad.