El remanso de Gaia

Un día, un vial contaminado extinguió a los humanos. De éso hace 4 siglos, y la naturaleza se ha propagado. 

Las paredes del Coliseo intentan pasar página de un episodio duro. Ni los vetustos combates nacidos de la sangre y la angustia, ni la inmunda colmena humana que propagó la Gran Contaminación del siglo XXII, ni la posterior Insurrección contra las Máquinas, habían generado un impacto tan brutal en su esqueleto.

Un lento desmoronamiento ha apilado escombros y el silencio se ha consagrado de tal modo que, incluso las Pirámides se amilanan ante tal soledad, y parecen buscar, ansiosamente, el calor de las indolentes estrellas.

Las Esfinges escrutan la lejanía, tratando de obviar el aire polvoriento que abraza su melancolía, y que se arremolina tumultuoso junto a ellas.

La Estatua de la Libertad no es más que los vestigios de una estructura de metal, alambres desnudos luchando en vano contra el óxido, deseando que su reputación inmemorial quede irremisiblemente sepultada. 

Sin personas ni robots, Gaia por fin descansa.