En su riña imperial alzó un velo de seguridad
con el fervor y la verdad de aquel viejo charlatán.
Decretada la mazmorra no hay leal que la socorra,
y el querido se amodorra ignorando su vidorra.
La princesa se conjura con insignia de aura oscura
cuando el desamor perdura en la sala de tortura.
El vello se le eriza y el tormento se desliza,
mas no se horroriza a sabiendas que agoniza.
El perdón sienta distante con efecto repugnante
por ese miserable amante de ánima farsante.
El espíritu pagano ligado a un lazo mundano
persigue a todo cristiano que alienta lo insano.
Es la triste epopeya de la Muerte y la Doncella,
espectro de tez bella que a infames degüella.