La fatalidad de tu destino

Perdonar y pretender que jamás existió son cosas distintas,
el tiempo tiende a mitigar el dolor de los fracasos de la vida.
Y cuando crees que no tienes poder, ni control ni salida,
a Dios se le antoja cagarse una vez más en tu comida,
burlando tu fe al jugar en su pared a las sombras chinas,
mito de la cueva de una creencia presuntamente asertiva.

Analogía de lo absurdo

Todo el mundo tiene algún deseo que cumplir
que se tuerce a la inversa de su anhelo.
Pedir reposo y que retumben truenos en el cielo
como un clamor que no se puede comedir,
como un trastorno ensordecedor.

Pedir paz y que irrumpan los tanques del sufrir
y que se conviertan en tu ataúd de acero.
Interrumpir a Caronte a gritos de su esmero,
que Hades te avasalle con no poderte redimir
y te oprima con un réquiem amenazador.

Un paraíso ebrio de placer

Y ahora te tumbas desnuda aquí, a mi lado, para mostrarte.
Y con la agraciada luz que entra por la ventana
me queda la forma de tu silueta en la retina grabada,
skyline de tu cuerpo que ha venido a provocarme.

Entonces araño ese dorso que me dispongo a recorrer.
Ávidos nos lanzamos al ruedo de los salvajes
hasta disolvernos en saliva, y obtener el pasaje 
que nos adentrará a un paraíso ebrio de placer.

Maestra Cum Laude

Me enseñó a dormir al aire libre durante un huracán,
a disfrutar de una idea inequívocamente desvirtuada,
a recibir dos mil años de condena
por el crimen de la perversidad.

Me bautizó Cerbero, su devoto perro guardián,
me impuso huir del agua tibia que era la vida cotidiana,
se esparció por mi cuerpo como la gangrena,
y en lugar de necrosis sembró inferioridad.

Maestra Cum Laude, genio en encandilar,
mi yo no era yo, era algo incomprensible.
El latido de mi corazón ya ni siquiera era interior.

Me entregó un cigarrillo a medio fumar,
un Zippo sin apenas combustible 
y la certeza de un fraudulento amor.