Despiertas con los ojos vendados,
escuchas el llanto del verdugo,
los sollozos de la multitud.
Imaginas la magnitud del pecado,
piensas que no han sido justos,
eliges el color del ataúd.
El instrumento a punto, afilado,
lo descarga con fuerza en un segundo,
los gritos llegan como un alud.
Despiertas completamente sudado.