Nivel I – Coincidencia
Un amigo mío se topó por casualidad, hace algunos años ya, con un hombre curioso, ese sujeto era totalmente irresponsable para con él mismo y sin embargo increíblemente atento con los demás. Como si no se preocupara en absoluto por su vida pero deseando que el resto de las personas que había conocido, y que tuviera que conocer en adelante, obtuvieran la paz interior. Podrían pensar, lectores míos, que se trata una contradicción aunque no es ni por asomo la única persona que he conocido con esa actitud.
Lo curioso no fue esa personalidad altruista, no, no era ése el caso, quizás puedo haber generado esta confusión entre ustedes y por ello les pido disculpas. Pero por ahora no entraremos en detalles, vamos a intentar presentar este relato según las partes narrativas, las ya conocidas y establecidas: presentación, nudo y desenlace.
Mi amigo, soltero a pesar de ser ciertamente atractivo, de treinta y tantos, estaba tomándose unas copas, digamos unos wiskis con hielo, en plural, en un conocido pub de la capital. Se llamaba Pierre y no vivía en esa urbe, no era una ciudad excesivamente populosa, si la comparásemos con las grandes ciudades europeas podría decirse que era un pueblo grande. Según él, tardaba en llegar desde su casa, ubicada en una próxima población dormitorio, unos veinte minutos a 100 km/h o quince minutos a 120 km/h, se ve que lo tenía muy calculado, esa distancia la había transitado infinitas veces. Incluso en una ocasión quiso sacar cuentas de los kilómetros recorridos en todos los años que había conducido por la misma carretera, pero se cansó antes de obtener ningún resultado. Sin duda fruto de su pereza, cualquiera aseguraría que era lo más acentuado de su carácter.
He perdido el hilo, tendrán que disculparme, tengo la maldita manía de despistarme constantemente y eso que acabo de empezar. ¿Por dónde iba? Ah… sí.
Pierre se estaba refrigerando el gaznate a la par que embobaba sus neuronas con el alcohol de la mencionada bebida espirituosa, eludiremos hablar de marcas registradas. Él creía que era ya tarde, casi las tres de la madrugada, yo siempre le he repetido que hasta que no amanece no se puede decir que se hace tarde. Pierre estaba intentando tomar en ese momento una decisión, si se iba o se quedaba, apenas le restaba en la copa un sorbo más y estaba al noventa y cinco por ciento convencido que era el momento de retirarse para ir a descansar los huesos. Esa noche no había hablado con nadie, se había limitado a beber y reflexionar sobre la vida, cosa que solemos hacer cuando nos emborrachamos en soledad. Se había levantado ya del más que normal taburete granate atornillado al suelo e hizo ademán de recoger su mariconera (regalo que le hice yo por su trigésimo cumpleaños), no obstante, una sombra intuida le frenó, sentía que una presencia intensa acababa de llegar. Pudo imaginarse a esa persona y, por supuesto, lo digo porque ya le conozco de sobras, llegó a su mente la imagen de una mujer voluptuosa y dispuesta a pasar la noche con él, obviamente no fue así, las cosas no son tan fáciles ni siquiera para los casados.
Levantó la vista escaneando cada metro del local hasta que se cruzó con la mirada de otro hombre, un señor de pelo blanco y largo, parecía mayor y joven a la vez, fue un juicio rápido y que le produjo una extraña sensación. Iba bien vestido, llevaba un traje beige que le quedaba a la perfección, como si se lo hubieran elaborado a medida. Las facciones del rostro eran rudas, tenía las cejas pobladas y algunas canas empezaban a despuntar en ellas al contrario de su melena recogida en una coleta, completamente cana, como si se hubiera bañado el pelo en un tinte níveo. Era más o menos de la misma altura que Pierre pero mucho más robusto que él, incluso se advertía algo de barriga cervecera. Siempre he creído que la cerveza no te hincha el vientre de tal forma, seguro que se trata de un bulo, nunca lo he verificado.
Siguió recorriendo el lugar esperanzado en encontrar a la mujer que se había imaginado pero no tuvo más remedio que aceptar la decepción de no poder disfrutar de un encuentro pasional y, a poder ser, corto, no tenía ganas de que se pudiera prolongar más de lo necesario. Finalmente volvió a posar sus ojos sobre ese hombre que le estaba observando, la primera impresión que tuvo fue que era gay pero enseguida ese pensamiento se esfumó. Pierre arqueó las cejas como preguntando si le podía ayudar en algo, y acto seguido ya se encontraban ambos frente a frente mientras el desconocido le extendía la palma de la mano derecha para presentarse.
- “Mi nombre es Mihaíl, se escribe con hache pero se pronuncia como la jota española”. Fueron sus primeras palabras.
No se apreciaba en él acento extranjero alguno, solo podría haberle delatado la cara tan poco española que tenía, no podría detallar cómo era exactamente su rostro, era extraño sobre todo, y no era una fisonomía relativamente íbera. Tampoco podría haber asegurado la procedencia de ese hombre, aunque por el nombre hubiera jurado que era ruso o de algún país de la ex Unión Soviética, es lógico, ustedes habrán pensado lo mismo.
- “Mi nombre es Pierre pero aquí en España me llaman Pedro, soy de madre francesa y padre español”. Respondió mi amigo aceptando el apretón al que le habían invitado.
Sus manos no eran ásperas como pensó Pierre que podrían ser, tenía las uñas de los dedos índice y corazón de su mano derecha algo amarillentas, diría que por la nicotina, debía ser fumador aunque no pudo percibir ningún olor a tabaco por mucho que esforzara su pituitaria. Habría asegurado que tenía cincuenta y muchos abriles pero le pareció que su piel era muy tersa para la edad que aparentaba. Tenía aires de dandy a pesar de la brusquedad de sus rasgos.
Por la cabeza de mi colega se entrometió un pensamiento que por un instante quiso traspasar al nuevo compañero de barra: “Mis amigos no dejan de repetirme que las francesas no cuentan a la hora de ligar“, refiriéndose a su madre y para intentar resultar simpático con una bufonada, pero en seguida se echó atrás, calló esperando que su interlocutor retomara la conversación de alguna forma, quien sin embargo se limitó a asentir con la cabeza mientras esbozaba media sonrisa y expulsaba con una leve ráfaga el aire por la nariz.
Duró el silencio lo que pareció una eternidad y Mihaíl tomó la iniciativa percatándose de que Pierre no lo haría.
- “Me gustaría contarte una historia”. Enunció, y prosiguió: “Lo más probable es que te resulte inverosímil, ¿Crees en los viajes en el tiempo? Pero no viajar a un pasado o futuro lejanos, si no ser capaz de volver atrás en tu vida para poder arreglar algo de lo que te arrepientes… tener la capacidad de solventar errores cometidos… No, claro que no, tampoco eso es creíble.” Y sin dar a mi colega un segundo más para poder analizar lo que había oído, el presunto ruso continuó relatándole su historia.
Nivel II – Nuevas experiencias
"Hace algunos años fui consciente de lo que podía hacer. Años… años son siglos para mí. He vivido cerca de cuatrocientas vidas distintas y sin embargo siempre ha sido la misma, he tomado la decisión de que la existencia que actualmente estoy viviendo será la penúltima. La última será mi gran obra de arte, ya te contaré.
Todo empezó cuando tuve por primera vez tu edad más o menos, si no voy mal encaminado debes tener unos treinta y tantos. Estaba atravesando un pequeño gran bache existencial, a esa edad no deberíamos plantearnos si la muerte será dolorosa o si moriremos habiendo cumplido al menos alguno de nuestros sueños más utópicos, pero por desgracia no podía dejar de desentenderme de ello y me consumió velozmente. Dejé de lado familia y amigos y me refugié en la cordillera más cercana como un ermitaño. Pasé allí arriba, rozando el cielo, unos ocho años, sin siquiera la compañía de algún animal. Me dediqué a nutrirme de lo que el planeta quiso otorgarme, nada más.
Tras siete años y tres meses de aislamiento y habiendo adelgazado unos veinticinco kilos (lo calculé a bote pronto, obviamente no me llevé conmigo báscula alguna) me vi abordado por una energía inmensa, algo que jamás había sentido. Vi en escasos segundos toda mi vida como una crónica en donde los pasajes más tristes estaban realzados, enmarcados en fondos luminosos para que no se me olvidaran jamás. En ese instante cerré los ojos y en mi mente solo navegaba una pregunta, qué habría hecho de haber podido tomar otras decisiones de las ya optadas en el pasado. Cuando los párpados volvieron a levantar el telón me encontré de nuevo a punto salir de mi casa justo cuando decidí alejarme del mundo e irme a hibernar a las montañas.
Por supuesto mi primera reacción fue la de pensar que solo era un sueño, no tardé demasiado en advertir que estaba viviendo otra vez una realidad ya experimentada. Me asusté, entré en casa, volví a salir fuera, me daba la vuelta, volvía por mis pasos,… Y finalmente entendí lo que ocurría, había sido elegido para reparar las equivocaciones de mi existencia. En ese momento me dispuse a ensayar conmigo mismo, si algo me marca es el estricto empirismo que no he vacilado en adoptar, eso y que no creía en nada que no fuera científicamente probable, punto que tuve que actualizar tras el acontecimiento que te he descrito hace unos segundos. Igual te preguntarás porqué si he vivido durante tanto tiempo no he envejecido consecuentemente. Sí, envejezco, pero cuando peregrino en la línea temporal de mi vida, mi apariencia se ajusta a la que debería según la época en la que me encuentre.
Pues bien, lo que iba diciendo, una vez me vi de nuevo establecido en mi pasado tanteé la posibilidad de volver un poco más atrás en el tiempo. Unos meses antes de abandonar mi casa y mi familia conocí una chica con la que me acosté varias veces, después renuncié a seguir quedando porque me aburría y no veía en ella ningún futuro compartido. Pero… ¡Qué bella era! Qué cuerpo! Qué mirada! Volví a cerrar los ojos para proyectarme, como si de una experiencia extra corporal se tratara, a ese momento en que la besé por última vez. ¡¿Qué te voy a contar?! Funcionó. Abrí los ojos y volví a estar tumbado en la cama con ella, sintiendo su delgado cuerpo desnudo cercano al mío, percibiendo cómo mi sangre se iba entibiando. Quise decirle que la amaba pero sospeché que no era lo que ella quería oír. Me vi abocado al jovial placer del sexo, quise complacerla como si yo fuera el mejor amante del mundo, y sin embargo la diversión no se prolongó como había imaginado, apenas unos cuatro minutos, un fiasco en pocas palabras. A veces fantasear es contraproducente. No obstante, volví constantemente al momento en que estaba a punto de penetrarla, tras siete viajes a esa localización temporal mi duración en el acto sexual aumentó considerablemente, ya podía satisfacerla por al menos cuarenta agradables y gozosos minutos.
No me detuve de viajar, volvía una y otra vez a ese trance, quizás copulé con ella un centenar de veces antes de aborrecerla del todo. Pero me sirvió de algo, aprendí que si vuelvo al pasado, todo lo que vendrá después será un futuro nuevo, es decir, si me hubiera trasladado a un tiempo en que todavía no la conocía, posiblemente no me la hubiera encontrado jamás. El futuro que se iba generando desde el punto temporal en que me apeaba no era conocido, era inédito, los actos del resto de las personas eran aleatorios, sin pautas programadas. Así que, a partir de ese instante tuve que meditar profundamente a qué punto viajar para no perder experiencias que valía la pena volver a repetir. Igualmente constaté el hecho de que al volver al pasado mantenía mis recuerdos, incluso de cuando estuve aislado en las montañas, no olvidaba nada."
Nivel III - El Mal intruso
"¿Qué haríamos si fuésemos invisibles a nuestro antojo? Para empezar, el mal. No recuerdo muy bien quién dijo esto, algún filósofo, o un escritor, o quizás algún guionista o director de cine. Ya no lo recuerdo. ¿Qué harías si todos tus actos se pudieran borrar en un abrir y cerrar de ojos? En mi caso, empecé evidentemente por hacer maldades, si no ¿Por qué habría introducido el tema de tal forma? No sé qué tendrá la perversidad pero resulta más atractiva que la moralidad, al menos en un principio.
Dicho esto puedo contar, y no me enorgullezco de ello, que he vivido situaciones ciertamente crueles, incluso he creado esas situaciones despiadadas. La última chica con la que me acosté, la que ya te he comentado, se llamaba Isabel. Fue mi primer sujeto de experimentación. Una vez dejé de apreciarla, tras tantas y tantas noches de placer, que incluso llegué a detestarla, pues bien, una vez traspasada esa frontera… Dios! Se me hace un nudo en el estómago y no sé por dónde empezar, no es algo que quieras escuchar tan a la ligera, si eres una persona sensible quizás deberías taparme la boca, lo que te voy a relatar a continuación no va a gustarte.
Podría decir que fue la vez que hacía setenta y una pero sería presuntuoso por mi parte pretender hacer creer que me acuerdo de la cantidad de ocasiones en las que nos acostamos, antes me he aventurado precipitadamente. Fue algo trágico, estábamos en pleno coito, cuando el éxtasis parece que te va a arrancar la piel de cuajo, cuando parece que te estás saliendo del pellejo de la excitación. Yo estaba penetrándola desde atrás en una pura y artística simbiosis y se me pasó por la mente que me apetecería, y que a ella también, algo de sexo anal. Desde luego no vacilé un instante, y tras retirar mi pene del interior de su vagina emprendí la empresa que me había propuesto. Nada más notar mi miembro en su ano ella me dijo que no, que no le gustaban esas prácticas, yo insistí, ella se revolvió… y la violé bruscamente. No te precisaré la determinación de ese gesto tan atroz. Simplemente lo hice.
Una vez hube eyaculado, observé la lámpara que descansaba sobre la mesilla de noche, no sé por qué se la llama mesilla de noche si sirve para su uso las veinticuatro horas del día, incluso a veces he oído que se la llama cómoda, en fin, supongo que es un utensilio práctico. La mesilla era de madera, una herencia de familia según me detalló Isabel en alguna ocasión, era de color blanco hueso con motivos decorativos vintage. Ella opinaba que cualquier dormitorio que se precie debe contar con una mesita de noche para dejar, al menos, el despertador. La lámpara era, como decirlo, como el logo de Píxar pero en rojo, así de simple. La estancia resultaba moderna a la vez que antigua, dotada de un toque retro, la calidez que le proporcionaba la hacía sentir como en su cuarto de la niñez.
Ya… me estoy andando por las ramas.
Agarré con fuerza la lámpara y acabé asesinando a golpes a mi amante, tosía sangre con dificultad y tardó varios minutos en perecer. Sí, me convertí en un homicida sin más, sin haberlo premeditado, sin alevosía, en un acto impulsivo de bestia innoble. Contemplé mis manos manchadas de sangre -esa tonalidad carmesí me perseguirá hasta el fin de los días-, me dirigí hacía el cuarto de baño y, en lugar de lavar mis manos criminales y sucias, volví a cerrar los ojos para teletranspotarme de nuevo a los minutos previos, justo antes de mancillar a esa belleza, cuando todavía no se había apercibido de mi cruel propósito, cuando todavía no había expirado su último aliento. ¿Que qué hice? Ejecutarla de nuevo. Varias veces y de formas distintas.
Así empezó para mí un período oscuro, encarnado en años de crímenes, de violaciones, pillaje, delitos, ultrajes, vejaciones y más acciones despreciables. Escapaba de la justicia arrastrándome por los más míseros y sucios lugares, y conociendo las más depravadas y corrompidas almas. Aprendí en primera persona cuál era el summum de la crueldad. ¿Era acaso necesario? Supongo que no, o sí, todavía me lo estoy preguntando, pude acabar con mi aventura de depravación con solo viajar a alguna confluencia de mi pasado y sin embargo decidí que necesitaba conocer al máximo ese mundillo. Lo que sí sé es que en la vida hay dualidades inherentes: vivir-morir, bondad-maldad, tristeza-alegría. Sin unas no se pueden concebir las otras. Aprendí lo que el mal significaba para quizás poder materializar el más grande de los bienes en una vida futura. Ése fue mi consuelo.
Tras el ciclo maligno decidí cambiar de aires, viajé de nuevo hacia antaño, pero esta vez hasta un entonces en el que aún no había conocido a Isabel. Tuve la voluntad de no volver a relacionarme con ella, así pues no supe nunca más de esa linda y delgada mujer, y jamás desde entonces he vuelto a cruzarme con ella ni por una azarosa casualidad."
Nivel IV – La necesidad de amar
"En mi primera vida tuve varias parejas digamos oficiales, tres para ser exactos. Mi siguiente objetivo fue el de amarlas con todo mi deseo. Naturalmente empecé por la última, no fuera cosa que al viajar hasta el primer de mis amores desperdiciara la oportunidad de poder embellecer mi existencia con cada una de ellas. Ya he explicado que una vez viajo al pasado, el futuro desde esa intersección lo debo componer de nuevo, no está escrito ni predeterminado.
Para alinear un poco mi biografía te voy a aclarar que a mis chicas preferidas las conocí a los veinte, veinticuatro y veintinueve años. Se llamaban Laura, Raquel y Magda respectivamente. Aproximadamente conviví con ellas la misma proporción de tiempo, dos años y medio, no sé por qué razón en mi primera experiencia vital no logré prolongar más mis relaciones sentimentales serias. Más tarde y ya con mi poder para desplazarme en el tiempo la cosa cambió y los acontecimientos se sucedieron de la siguiente forma, no me extenderé en demasía:
Lo que compartí junto a Magdalena fue algo maravilloso, nos conocimos en una fiesta que organizaba un conocido de ambos cuando yo estaba ya rozando los treinta. Te resumo, tuvimos dos hijos, la convivencia había que currársela, me esforcé todo lo que pude para hacerla feliz y de este modo también yo conseguí ser feliz, no tuve nuevamente la tentación de caer en los brazos del diablo tras mi ruin periplo. Nuestros hijos, Marc y Miguel, crecieron bien, se hicieron mayores y asieron las riendas en sus respectivas vidas. Marc estudió arte dramático, incluso fue nombrado actor del año, fue en 2040 o 2041. Es raro, me resulta llamativo hablar del futuro en pasado, no sé si a ti, Pierre, te sucede lo mismo escuchándolo de mí. En cambio, Miguel decidió administrar un taller, las cosas no le fueron ni bien ni mal, lo justo para vivir desahogadamente.
Cuando Magda murió, ya en nuestra edad dorada del retiro, sentí tal vacío en mi interior que quise suicidarme. Me esforcé persistentemente, y cada vez que trataba de acabar con mi vida, el instinto de supervivencia me transportaba a viajar involuntariamente hacía atrás hasta que, y es una suposición, mi subconsciente debía determinar que ya me hallaba fuera de peligro.
Visto que no podía solucionar nada, ni siquiera inmolándome, era el momento de seguir adelante.
Raquel se llamaba mi segundo amor y hacía ella que me encaminé, abandonando por propia decisión la posibilidad de entrometerme en la vida, ya ajena a mí, de Magda. Teníamos ambos veinticuatro años cuando se entrelazaron nuestras energías vitales. Solamente tuvimos una hija, la llamamos Olga, como mi madre. Pasada la pubertad, nuestra hija enfermó, y apenas un año más tarde murió. La anorexia no es algo con lo que bromear, la maldita sociedad en la que vivimos la condujo a desear ser como las modelos y demás mujeres que aparecían en la tele y en revistas, hasta el punto de que su mente no supo discernir dónde estaba el límite, es la actual dictadura de la belleza. Fue un golpe durísimo, sobre todo para Raquel, nunca volvió a ser la misma, dejó de lado su alegría innata y natural para dar paso a la apatía, a la desidia, a la dejadez. Mi afán por sacarla de ese pozo no fue suficiente. Murió a la edad de cuarenta y cinco años así que no me quedaba mucho por hacer, decidí que no quería vivir de aquella manera por lo que canjeé mi ya extinto nexo con Raquel por el de la tierna Laura.
Con Laura era todo imprevisible. Al empezar nuestra relación tan jóvenes, todo eran idas y venidas, rompíamos, volvíamos, lo dejábamos nuevamente, era una locura, y sin embargo fue la mujer a la que más amé. Hay gente que prefiere vínculos embrollados, yo no soy de ésos, pero con ella fue así. No tuvimos descendencia ni falta que nos hizo, lustros más tarde me confesó que su capacidad para procrear estaba inerte, que ella no era fértil. No me importó en absoluto. Durante toda nuestra vida de convivencia nos comportamos como adolescentes, lo mejor que pudo sucederme ya que peco de ser algo inmaduro a pesar de mis innumerables andanzas. Todo lo que hacíamos era alucinante, como si habitáramos en un eterno día festivo. Paseos interminables, fiestas desaforadas, sexo en cualquier ocasión y lugar. Esto último me dio una energía desmesurada, saber que en todo momento y situación podíamos hacer… bueno, lo que hacen los jóvenes, follar a todas horas y sin mesura alguna, fue algo que no puedo expresar con palabras, nuestra pasión se extendió hasta límites insospechados. Casi al final de nuestra relación fue a mí a quien hospitalizaron. Estuve a punto de morir de vejez, así que no me quedó otro remedio que volver por mis fueros y trasladar mi cuerpo y mi alma a una nueva juventud. Me convencí a mí mismo que aún restaba mucho por hacer."
Nivel V – Ser un niño otra vez
"En muchas de las vidas opté por ser soltero, ¡Qué años! Podía hacer lo que quisiera en todo momento, si me gustaba algo lo repetía hasta saciarme, si no, siempre tenía la posibilidad de elegir un camino distinto. Solamente debía navegar en el tiempo hasta una disyuntiva en particular y optar por nuevas actuaciones, como si fuera imposible ganarme en una partida de ajedrez porque podía realizar cualquier tipo de movimiento sin ser penalizado, o como si todas mis piezas fueran reinas. Podrías pensar que eso es hacer trampas y no te equivocarías. ¿Crees que tú no harías lo mismo si pudieras y nadie jamás descubriera tus artimañas?
Después de aceptar el tiempo que me habían regalado, quise volver al colegio, a mis catorce años, donde todo está por decidir. Esa vida es la que conoces tú Pierre, es en la que nos hemos encontrado. De ahí provengo ahora.
No fue fácil interpretar el papel de niño cuando has visto tantas cosas, lo que más me costó fue actuar como tal. Y claro, los profesores y el resto de adultos vieron en mí a un superdotado, incluso un mecenas anónimo quiso hacerse cargo de mis enseñanzas, indudablemente acepté a pesar de la negativa de mi familia. Eso tampoco lo llevaba bien, volver al regazo materno cuando uno conoce más de la vida que su propia madre. Como yo ya tenía en mente un bosquejo de lo que debía ser de mi obra maestra me vino al pelo que apareciera un bienhechor que codiciara mantenerme e ilustrarme, por lo que a los quince años me independicé.
Me afané por absorber todo conocimiento, leía libros sin descanso, engullía documentales, descargaba ilegalmente todo tipo de archivos por internet que pudieran ensanchar mi mente, memorizaba todo aquello que podría servirme de utilidad para mi proyecto final. Incluso la música tuvo un papel importante para seguir madurando. Tenía tanto por delante para impregnarme del mundo, y tanto tiempo del que podía disponer, que la sapiencia absoluta me parecía insuficiente.
Fui consciente en ese momento que faltaba poco para poder llevar a cabo mi gran creación. Por lo que pude aprender la expresión “obra maestra” tiene su fundamento en los antiguos gremios de la Edad Media. Un individuo entraba en el gremio como aprendiz, si enriquecía su habilidad podían nombrarle oficial y, al final, tenía que demostrar su dominio del oficio ante un tribunal desarrollando lo que se denominaba “obra maestra”. Si ese tribunal daba su aprobación a la obra, si ésta poseía la calidad idónea, se le daba el título de maestro, con lo que ya podía constituir su propio taller. Es una de las tantas averiguaciones que pude grabar en mi sesera y no creo que sea un detalle de mucha utilidad. Tengo la cabeza repleta de datos de este estilo, de ello derivó la fama de friki que me achacaron a pesar de mi desacuerdo con el concepto."
Nivel VI – Las consecuencias de las múltiples vidas
"Actualmente, que he absorbido la sabiduría del mundo y del ser humano, que he tenido la oportunidad de aprender tanto; tras haberme sumido en el más profundo abismo, tras haberme deleitado con la felicidad que el amor me otorgó, tras tantas vivencias, tantos trajines, ¿Qué he aprendido? En resumen, que tras la fragilidad de la sociedad en la que nos ha tocado existir, he visto con claridad que puedo alcanzar el fulgor con el que cambiaré el mundo tal y como lo conocemos ahora. Renaceré con dieciséis años custodiando el conocimiento… no diré universal, pero casi.
Reformaré la política con una honradez incondicional hacia mis semejantes, hacia el pueblo, hacia la humanidad en general. Erradicaré la corrupción gubernamental, dirigiré los pasos de los pobladores del planeta hacia la salvación. Pensarás que puede resultar categórico por mi parte, pero es que tú, Pierre, no has tenido la oportunidad de ver la luz ni las sombras desde una proximidad tan cercana como yo. No lo comprenderías, no soy vanidoso no, ni arrogante, ni soberbio, solo yo puedo conocer la senda que debemos recorrer como garantía de un futuro favorable, próspero para cada uno de los individuos que pueblan nuestro globo azul, sé hacia dónde debe encaminarse el porvenir.
¿Y sabes qué? No te lo voy a relatar, lo verás con tus propios ojos. En fin, ya son las seis de la mañana y nos cierran el local. Me toca dar el paso definitivo. No te acordarás de mi cuando vuelva a mis dieciséis pero te proporcionaré una posteridad mejorada en la que vivir.
Adiós mi joven amigo."
Y dicho esto, ese hombre robusto recorrió lentamente y sin volverse hacia atrás los pocos metros que le separaban de la salida, desapareciendo tras los gorilas de seguridad que iban exigiendo a la poca concurrencia que quedaba que se apresurara a abandonar el pub. Esa fue la última vez que le vio, y, lo novedoso del caso, es que Pierre todavía se acuerda de él, supongo que aún no se ha decidido a perfilar su inusitada obra. Aunque siempre le quedará la duda de si Mihaíl mentía o si, ciertamente, contaba la verdad.